Si hay algo difícil en la vida, es olvidar. Sobre todo
cuando se trata de cosas que se clavaron profundamente en el corazón.
No es sencillo
borrar del archivo de la vida, los momentos donde reímos a carcajadas, esos que
nos inflaba el pecho de tanta felicidad. Aquellas noches que, se hacían cortas
cuando deseaba que no tuvieran fin. No, olvidar no es sencillo, aun cuando
incluso llore con cada recuerdo que llega a mi mente.
Qué difícil es,
devolver las páginas y darme cuenta que hubieron capítulos tan buenos, que no
quiero dejar ir. Eso duele, sobre todo cuando se trata de mi propia historia.
Cuando tengo que reconocer que no todo fue malo. Que hubieron tantos besos... tantas caricias y tantas noches como nunca antes las he tenido... pero sobre todo,
un sentimiento que a pesar del tiempo, no se extingue. Lo que parece
extinguirse es mi vida, agonizando entre dos realidades muy distintas; mi
realidad es que te extraño y la tuya es que no volverás. Eres y serás por
siempre una nube sobre mi cabeza; una sombra que me sigue, pero al intentar
buscarla se pierde entre la nada. Fuiste un mal momento en el momento
justo. El vaso que siempre estuvo a la mitad y me empeñé en verlo siempre
lleno.
Por mucho tiempo intenté
escribir un millón de cartas, y sólo he quedado con mil palabras sin decir.
Pero lo he decidido, tomaré valor para decirte cada una de las cosas que llevo
dentro. Hoy, ya que no sé si habrá un mañana.
No sé si lo sabes,
pero fuiste más de lo que esperaba y duraste en mi vida menos de lo que pensé.
Y cada instante a tu lado, fue como un cuadro dibujado por el mejor pintor,
cada pincelada de momentos fueron trazos creados con una inmortal tinta de
ilusiones que algún enemigo lleno de envidia empañó. Un día la luz se apagó y
quedamos desnudos, como Adán y Eva, en un paraíso que se volvió un infierno,
luego de tanta felicidad. Te fuiste. Más aun así, te amé una y otra vez, en el
desquicio de mi cordura. Entre sabanas mojadas de tanto llorar. Porque dejaste
huellas en mi alma; cada día que pasó tenías un andar distinto. A veces con
diplomacia, a veces con algarabía. Solías llevar esa sonrisa llena de misterio.
Una mirada profunda y tenaz. Me trazaste un camino en el que perdí mi
dirección.
Y sin embargo, hoy
me pregunto qué habría sido de nosotros si no se hubiese agotado el tiempo.
¿Acaso hubiésemos sido capaces de hacer aquellas locuras que una vez planeamos?
Es irreal tan solo pensarlo, pero siendo sincera conmigo misma, creo que por ti
incluso hubiera muerto y vuelto a nacer. Lástima que el tiempo tuvo planes
diferentes, de los que nunca estaré de acuerdo. Hoy me ahogo entre silencios,
donde mi imaginación suele transportarme hasta tu mundo. Ahí, donde puedo verte
de una sola forma; siempre mirando hacia el cielo raso, tranquilo, respirando
profundamente. Divagando por algún lugar... pensando en nada.
Hoy solo somos un par de sacos viejos, llenos de huesos y dos
corazones que se encontraron de prisa una noche. Una sonrisa medio dibujada y
tu ceño fruncido. Diez minutos cada tarde a través de una llamada telefónica.
Una taza de café y una tostada con el queso que tanto nos gustaba. La emoción
de verte cocinar. Un trago de ron con cola y unas gotas de limón. Música
vieja entre serpientes tentadoras que nos guiaban a la cama. El cuadro de
Chavela Vargas y los libros viejos sobre aquel buró. Hoy no somos más que
pasado, un pasado tan real como el presente. Algo que se fue y sigue
dando vueltas. Los pájaros anidándose en nuestras cabezas. Eres el culpable de
mis desvelos cada noche, de la angustia constante que siente mi cuerpo. Del
vació en el salón central de mi alma. Del silencio en mis pasiones. Del temblor
de mi voz. Jamás he odiado y amado tanto a una misma persona. Y todo al
mismo tiempo.
Ahora me doy
cuenta de una cosa, lo difícil no es olvidar... sino sobrevivir con lo que no
se olvida.
Extracto de mi libro: Andreina dice la verdad.
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