lunes, 3 de agosto de 2015

La música la pongo yo...


Un día mientras mentalmente me movía entre la letra de alguna canción de Ramazzotti, alguien se acercó y bruscamente apagó la radio, simplemente porque como bien lo dijo: ¡le dio la gana! 

No puedo negar que las ganas de llorar de la rabia eran suficientes como para inundar la sala de la casa. A parte de que era una falta de respeto, me parecía injusto que por la amargura de su corazón, alguien quisiera hacerme pagar su mal genio. 

Pero, luego me puse a pensar en que así es la vida; en cada esquina, cada día, a cada hora, sea de día o de noche, siempre habrá alguien que quiera apagar lo que nos hace vibrar; lo que nos apasiona, lo que nos motiva, o simplemente lo que nos hace feliz. 

Tenía la voz para gritar, para vociferar mil cosas a la vez, para hacer saber que estaba molesta y que quería de nuevo la música en mis oídos. Pero en lugar de perder el tiempo en dar atención a lo que no lo merecía, use la voz la para cantar. Para demostrarme a mi misma que solo yo puedo apagar la luz que hay en mi. Que yo soy la que permito hasta que punto los demás tienen derecho a gobernarme. Que yo escojo amargarme o darle vuelta a a página y sonreír. 

Entonces canté, canté a más no poder y me sentí libre, me sentí tranquila. Escogí tener paz, escogí no depender de un aparato o de una persona para vivir un buen momento. Me di cuenta de que mientras me tenga a mi misma, estaré bien. 

Comprendí que cada quien elige lo que quiere en su vida, y cómo vivir cada momento pese a las circunstancias. No se pueden evitar ciertas cosas, pero si puedo evitar que estas me afecten más de lo que deben. 

Hoy sé que me pueden pagar la música externa, que en mi mente y mientras tenga vida, estaré cantando una canción.

Bien lo dice una canción de Juan Gabriel:

 "No hay como la libertad de ser, de estar, de ir de amar, se hacer, de hablar, de andar así sin penas..."